domingo, 8 de noviembre de 2015

El dolor

  No quiero ser la víctima en mi vida -le dije,, ya no quiero sentir pena por mí ni verme al espejo como un muerto en vida; quiero volver a estar, quiero volver a ser, quiero sentir el amor como lo hacía antes y encontrarle sentido al acto de estarse vivo…-y en estas últimas palabras ya se me agolpaban las lágrimas y me las tragaba orgulloso solo para que no me viese llorar como cuando era un niño. A mi abuelo nunca le habían gustado esas muestras de debilidad y me lo había hecho saber más de una vez a golpes: ”los hombres no lloran”, decía cuando me golpeaba a mano abierta. Pero ahora yo era un hombre ya y él se achicaba más y más en ese viejo asiento que las polillas no terminaban de consumir.
Prendió un nuevo cigarro, de esos negros que fumó toda la vida, de esos que olían a madera, a espirales (yo nunca fume y por eso los odiaba, odiaba su olor), y evitando mirarme a los ojos dijo como pensando en voz alta:
    - Cuando tu abuela murió me hice cargo de tu madre, de ti y de tu hermana; los cuidé, los contuve, los protegí y evité en todo momento que lloraran su partida como querían hacerlo –me miró, miró al piso, a la calle tras el vidrio de la sala y luego continuó-. No fue fácil. Tu madre se encerraba a llorar en el baño, recuerdo, y tu hermana me enfrentaba todo el tiempo buscando ese golpe que justifique un llanto desmedido...desgarrador, sin fin...; y siempre lo lograba. Pero tú eras diferente, estabas hecho a mi medida, ¡a la medida de los hombres!, aunque eras un niño-y esbozando una sonrisa dijo-. Eras como yo –hizo una pausa para seguir buscando entre el humo del cigarro los recuerdos y luego prosiguió-. Cuando crecieron, cuando por fin el dolor se convirtió solo en un mal recuerdo y aceptaron que ya no éramos más que nosotros solos, cuando se sintieron fuertes y sanos...los dejé ir y decidí quedarme solo en esta casa colmada de recuerdos, plagada de silencios, y entonces fue que sentí lo que tú sientes hoy ante esa pérdida: sentí crecer al dolor en el pecho como a un animal herido día a día, lo sentí latir, moverse inquieto, retorcerse en esas noches en que el desvelo insistió con visitarme y las sombras y el silencio acrecentaron los sonidos. En esas noches infinitas...- por primera vez en toda mi vida vi correr una lágrima por su mejilla que él tomó presuroso con el revés de la mano intentando ocultarla-. Una de esas noches-continuó-, sucedió lo inevitable: esa bestia que había dormido mientras me ocupaba de ustedes despertó en mi soledad y pujando con fuerza, desgarrándome por dentro, destrozándome el pecho, salió y acabó con todo a su paso; no quedó ni un mueble ni una nada sano. Todo le fue poco para su violencia: destruyó las fotos de tu abuela, quemó sus ropas, sus tejidos, todos sus recuerdos de nosotros...de mí y de ella; los vidrios, las copas, cada plato...- le tembló la voz en ese instante en que recordó ese momento-. Y cuando ya nada más quedó por destruir, cuando la sangre dejó de hervirle y desbordarla, solo estalló en un llanto interminable que se hizo eco en cada uno de los cuartos de esta casa-se desprendió lentamente los botones de la camisa y abriéndola con ambas manos descubrió una cicatriz grande y oscura que le cortaba verticalmente el pecho-. Casi me mata –dijo-, pero fui más fuerte y puedo contar como la vi morir...cuando desee vivir.

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