Luego de aquella última llamada colgó el tubo del teléfono y se quedó cabizbajo observando a la nada. Escuchó como las gotas que hasta entonces eran espaciadas sobre el techo de la cabina se convertían lentamente en una cortina pronunciada de agua y solo entonces atinó a darse vuelta saliendo de su ensimismamiento: lo habían dejado, quien fuera la persona que hasta entonces amaba acababa de dejarlo confesándole estar enamorada de otro hombre y con ello justificaba el dejarle aquella sortija de compromiso sobre el mueble que se hallaba en su cuarto y por lo cual él la había llamado.
Salió a la lluvia, al asfalto empapado, a las luces difusas de las farolas y los autos, a la nada; y se perdió calle abajo hasta que comenzaron a rodar los títulos y la banda de sonido nos hacía lagrimear pensando en la desdicha de ese pobre diablo.
Limpiándonos las lágrimas salimos a la acera mis amigas y yo, medio riendo medio llorando, y nada pudo evitar que hablásemos de la película una vez en el café en que nos metimos antes de irnos a nuestras casas, ni que encontrásemos similitudes con alguno de esos amores que nos partieron o a quienes supimos partirles el corazón:
-Hay decisiones que se deben tomar porque es necesario hacerlo, no se trata de ser “malos” o “buenos”-dijo Laura-, se trata de vivir, de vivir como uno desea.
-¿Aunque eso haga a la infelicidad de otro?- pregunté.
-Aún entonces-contestó-, porque nadie debe renunciar a su felicidad por la felicidad de otro.
Me quedé pensando en eso esa noche. Mirando al techo y pensando en eso mientras mi pareja dormía a mi lado y mis sueños muy lejos.

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