Qué difícil ha de ser decirle al otro que la piel no ardió como creyeron que ardería, que los sueños acunados en deseos de encuentros eran más intensos y más dulces y más tiernos entonces: cuando solo los pensaban, cuando las bocas saboreaban besos a la distancia, cuando los cuerpos tenían el perfume que solo ellos imaginaban; después de todo eran desconocidos queriéndose encontrar. Qué difícil y complejo una vez separados decirle desde ese otro lado que ahí se quedó todo lo que empezaron, en esas pocas noches en que solo uno amó profundamente mientras el otro solo se dejó hacer para no desilusionarlo, para no rechazarlo y arruinar ese encuentro que se esmeró en que fuera perfecto, para el que cuidó todos los detalles, buscó hacerlo sentir más que bien…le abrió las puertas de su mundo y de su país para que no se sintiera extranjero.
Difícil volver a retomar esas charlas fingiendo interés cuando lo único que realmente desea es dar vuelta esa hoja y comenzar de nuevo, desaparecer, de ser preciso, y ya no saber más de aquel otro ni sus cosas…Viajar de regreso a sus Europas mirando el afuera desde tan alto y verlo todo con la misma claridad de esos amaneceres que solo se robaron su atención en ese otro país donde el verde es más intenso, las calles y las casas juntan el ayer y el hoy contraponiéndose como en un túnel del tiempo y las plazas, los puestos de comida, los mercados todos, tienen el rojo del pimiento como color preponderante. Bellísimo lugar, soñado, único…pero no para dejar más que amigos…
Difícil, muy difícil ha de ser dejar atrás todo un océano de sueños.
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