No fui mucho a casa del viejo aquel que llamaban "el loco" porque vivía en su mundo, hablaba solo y era muy parco. Recuerdo que su aspecto era la de un vagabundo por más que su situación económica le permitía vivir holgadamente en ese caserón pomposo que se erigía imponente en una de las esquinas principales del pueblo, que tenía una mujer que se encargaba de los quehaceres desde antes que desapareciese su madre y que ella fue envejeciendo allí dentro con él (se decía que eran amantes pero no se pudo comprobar jamás).
¡Todos quienes lo conocimos no fue por el hecho de desear hacerlo sino que debimos hacerlo!, él era el único que poseía todos los libros que se podían conocer en el mundo, menos la Biblia; su casa era el refugio de la más rica variedad de literatura de la que se tenía conocimiento y, por ende, vivía imbuido en ese mundo de sabiduría e historias. Antes, cuando era profesor en la escuela donde entonces estudiaba yo él solía salir a cumplir con su tarea y volver prontamente a su casa, con su madre y sus libros, y no salir de allí hasta el próximo día. Después su madre desapareció (decían que se había ido porque ya no soportaba vivir con él) y entonces lentamente se lo "tragaron los libros" y ya nunca más salió de esa casa. Se convirtió en "el loco" a quien nos mandaban desde el colegio a ver para que nos prestase libros para investigar o leer y en el personaje de quien todo mundo hablaba. Si bien no era agradable tratarlo lo hacíamos. Lo que más me impresionaba de él, recuerdo, es que llevaba un control mental de los libros prestados a cada quien con fecha y todo y, si pasaba más del tiempo estipulado en que debíamos devolver el mismo, llamaba por teléfono a la directora de la institución correspondiente y los reclamaba so pena de no volver a prestar ninguno más a los alumnos de ese establecimiento. Trataba a cada libro como a un hijo, eso lo vi, no me lo contaron: acariciaba las hojas con la delicadeza en que se tocan las mejillas de un niño, les hablaba y sonreía cada vez que les eran devueltos como si regresaran al hogar y los inspeccionaba minuciosamente en busca de algún daño que justifique el jamás prestarnos nada más. Los libros eran su vida, vivía por y para ellos, dormía en un cuarto con paredes revestidas con libros, caminaba por pasillos que se habían ido angostando a fuerza de encimar libros en el piso luego de llenar los estantes hasta el techo, comía en la esquina de una mesa llena de libros...No había un solo lugar de ese caserón que los libros no hubiesen tomado como si fuesen una inmensa madreselva: trepando, extendiéndose, creciendo y creciendo; algo que apenas puedo describir, que es más fácil ver.
El caso es que (esto quería contarles pero debí explicarles sobre él para que comprendieran el suceso que marcó a este pueblo y ese caserón por siempre) cuando él murió el ayuntamiento se hizo cargo de ese lugar y sus libros fueron donados a la biblioteca del pueblo. Como no había descendientes directos que heredaran todo aquello simplemente se lo quedó el Estado y luego de limpiarlo lo remató, no sin antes hallar, para sorpresa de todos, a la madre de este loco en uno de los cuartos del segundo piso que parecía no haberse abierto por años y años ya que la cerradura del mismo y las bisagras estaban oxidadas y apenas entornar la puerta esta solo se había caído soltándose de sus amarres. Esto sucedió cuando estaban limpiando el lugar: los que debían hacerlo encontraron una pila de libros que habían caído junto con sus altas estanterías hacia el centro del cuarto y debajo hallaron a una anciana semi momificada de la que solo quedaban sus endurecidos pellejos y parte de su ropa que no habían comido las polillas; bajo ella había una escalera que solía utilizar para alcanzar los libros más altos: los que trataban de historias románticas.
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