
martes, 2 de julio de 2013
Un recuerdo
La casa de mi abuela tenía olor a naftalina , a humedad , a pasteles, a caramelos. En la cocina había un reloj cucú que nos tenía atentos a mis hermanos y a mí a cada toque de hora ,y unas alacenas enormes ,pesadas ,donde mi abuela guardaba las copas de las fiestas y la vajilla cara. El corredor tenía una pared todo a lo largo de vitrales verdes y azules que la mañana se encargaba siempre de iluminar ; había plantas de todos los tamaños ,unos sillones que nunca se usaban y un canario que cuando escuchaba correr agua no paraba de gorjear. Me gustaba ir los fines de semana a su casa porque entonces todas las atenciones eran solo para mí : a mí sola me hablaba , conmigo se reía, íbamos a hacer las compras , a misa de seis , y dormíamos juntas . A ella le gustaba que le leyera una carilla de alguna novela de Corín Tellado siempre antes de dormir y yo hacía mi mejor esfuerzo para leerle de corrido mientras ella cerraba los ojos y escuchaba atentamente, como buscando imaginar esos momentos de románticos encuentros - inocentes para hoy , eróticos entonces-. Los domingos, todos, íbamos a llevarle flores al abuelo al cementerio ; a cambiar el agua de los floreros y poner en ellos rosas frescas que temprano sacrificábamos para rendir homenaje a su memoria cortándolas de sus jardines hermosamente coloridos y perfumados. Nos quedábamos un rato haciéndole compañía a esa foto en la pared de piedra y luego volvíamos envueltas en los silencios que mi abuela imponía a esa procesión de luto tan conocida y respetada por mí. El lunes ,temprano, la despedía con un beso y me iba a la escuela con la promesa de volvernos a ver el sábado siguiente

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